El vaginismo en todas partes (parte 2)

A pocas llamas hicieron su camino hacia arriba sinuoso. Se acordó de su luna de miel, como ella, de vez en cuando, y deliberadamente.

Ella no lo recordaba de las palabras. No había palabras que se le atribuye, que era parte del horror. Nunca había hablado de ello con nadie, ni siquiera a Randolph, precisamente no Randolph.

Lo recordaba en imágenes. Una ventana, en el sur, todos los colgaba con enredaderas y trepadoras, con el desvanecimiento de verano ardiente sol.

El camisón bordado de estas noches, blanco de batista, todos los nudos salpicado de amantes y-me-olvides desposeídos y rosas, blanco sobre blanco.

Un animal de fina y blanca, sola, temblando.

Una cosa compleja, el hombre desnudo, los cabellos rizados y brillantes húmedo, a la vez de la especie bovina y el delfín-como, su olor salvaje y abrumadora.

Una mano grande, que se celebró en la bondad, no una, sino muchas veces, golpeó de distancia, empujó, golpeó de distancia.

Una criatura corriendo, agachándose y escondido en la esquina de la habitación, su castañeteo de dientes, sus venas sujeta en espasmos, su respiración poco profunda y revoloteando. Ella misma.

Un respiro, generosamente acordado, copas de vino de oro, un par de días de días de campo Edén, una mujer riendo sobre una roca en camisas de popelín azul claro, un hombre guapo con su barba, su elevación, citando a Petrarca.

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